12 de Octubre


iEn un lejano continente enorme y fructífero, existió una vez, hace muchos, muchos siglos, unos hombres geniales y asombrosos que fundaron imperios y culturas tan sublimes que estuvieron casi casi a punto de llegar a la mismísima Luna. En paz y tranquilidad mutua, desarrollaron todos extrañas tradiciones que para nosotros podrían resultar algo siniestras, pero cabe aclarar que al menos ellos sí conservaban su autenticidad, su verdad propia e inmanente que nadie les había dado de fuera. Una identidad que, aunque fuera caníbal, abusiva y despótica, era propia, sin origen externo. Además, ¿quiénes somos nosotros para juzgar el pasado?

Hombres geniales, valerosos y tecnológicamente adelantados, fueron un día, de pronto, visitados por unos blancos barbones armados con rifles de asalto y ametralladoras que, a punta de granadas, consiguieron invadir y conquistar a miles, millones de indígenas geniales y valerosos que, ante el miedo a lo nuevo y lo desconocido, fueron vencidos de inmediato. Eso sí, pese a ser adelantados tecnológicamente. Y es que claro: no desarrolla armas el que anhela ir a la luna, ascender a los astros.

Con su llegada, nos quitaron autenticidad, nos privaron de aquello más propio y nuestro: la cultura. Destruyeron nuestras creencias imponiéndonos la cruz y la biblia. Sí, pudieron haber existido practicas crueles dentro de los imperios indígenas, pero vuelvo y repito: eran auténticamente propias. No eran tradiciones traídas de un continente externo: éramos nosotros, nuestra verdad. Y nadie puede negar su verdad, por cruel o siniestra que aparezca. Lo nuestro es nuestro para bien o para mal.

 

Durante siglos, vivimos oprimidos por ignorantes y fanáticos que nos robaron todo, haciéndonos creer en la promesa de un mundo ultraterrenal. Trajeron un paraíso utópico e inexistente; para llevarse nuestro paraíso terrenal y rico en todo aspecto. Eliminaron nuestra multidiversidad lingüística para uniformarnos con esa lengua que ellos llaman español, pero que los más avispados saben llamar castellano. ¡Askatasuna!

Pero finalmente, llegaron nuestros libertadores a sacarnos las cadenas y destruir ese yugo que tanto tiempo nos había tenido oprimidos. Llegó finalmente una segunda oportunidad para nuestro continente. La oportunidad definitiva de encontrar nuestra verdadera identidad, cada quien por su camino y en absoluta libertad. Somos finalmente lo que realmente fuimos siempre. ¡God Save the Queen! ¡God Bless America!

 

He aquí la irrealidad. El delirio propagandístico vuelto una realidad colectiva, una conciencia nacional fundadora de Estados, Gobiernos, Republicas. He aquí: Latinoamérica. El vicio de la autenticidad. ¿Qué somos realmente sino una negación del Imperio español y todo su legado? ¿Cuál es el suelo de Latinoamérica sino una supuesta esencia propia y autentica que la separa de su herencia española? Y a la final, no somos más que los restos y despojos de un Fantasma y de un Olvido. Somos el intento fallido de encontrar un pasado supuestamente propio mientras nos roban el presente y nos impiden el futuro.

Hablan de un atraso científico en el Imperio Español cuando gracias a un par de españoles intrépidos se consiguió lo aparentemente imposible: comprobar la teoría científica en su tiempo más importante: la esfericidad de la tierra. Y no hay para la Ciencia demostración más importante que la evidencia empírica de un mundo esférico. Pues ésta sería condición indispensable para las investigaciones posteriores de Newton, para quien la esfericidad de la tierra sería algo ya presupuesto gracias a España.

 

Y claro, cabría preguntarse, ¿cómo es posible conseguir una hazaña tal sin disponer de una tecnología lo suficientemente avanzada para cruzar todo un océano? ¿Es que acaso una bandada de imbéciles y tontos, analfabetos y sin ningún tipo de instrucción, pudo haber guiado una embarcación enorme por las aguas de un océano, durante meses, hasta dar con el puerto de una isla y no perderse en medio del camino?

Si bien muchos creerán que los conquistadores españoles fueron criminales y analfabetos, cabe aclarar que realmente quienes vinieron en primera instancia a América fueron navegantes nobles, geómetras, astrólogos, arquitectos, ingenieros, y esto no porque deseemos ensalzar al imperio español. Es por simple necesidad técnica: para direccionar una embarcación se necesitan más allá de navegantes, geómetras y astrólogos que vayan delineando un rumbo fijo para la nave sin dar vueltas sobre sí mismos; asimismo, arquitectos e ingenieros para reparar la nave ante cualquier tipo de eventualidades, que pueden ser infinitas. Por ello, no es casualidad que, en primera instancia, hayan ido las mentes más brillantes en lo científico y tecnológico a América, pues eran necesarios en el establecimiento de las primeras rutas y asentamientos. Pero, además, ya asentada la conquista y reforzada, el intercambio de profesionales que hubo entre América y la España ibérica fue sorprendente. Muchos de los mejores catedráticos, profesores y profesionales enrumbaron hacia América deseosos de descubrir el nuevo mundo y darle forma. Tal cual era así también la intención del Imperio, que no sólo buscaba extraer y ya; sino, además, reformar el Nuevo Mundo y preservarse en el tiempo, en la eternidad, como bien lo ha conseguido hasta ahora en el espíritu de la lengua, que es la verdadera Patria del Imperio español.

 

Dicen que el español destruyó las lenguas prehispánicas y su cultura: sin embargo, se oculta con celo y desespero el sinfín de gramáticas que los religiosos españoles crearon, precisamente con la intención de evangelizar a los nuevos pueblos en su lengua nativa. No destruirlos para suplantarlos con mano de obra europea traída en forma de inmigración masiva: a modo anglosajón.

Una y otra vez cabe recordar, sin cesar, pues sin cesar se ha dado la lucha contra España desde la propaganda anglosajona, que España no conquistó América ella sola: la descubrió eso sí, pues la definió respecto al Mundo y la relacionó con él. Pero no la conquistó. Fueron los propios indígenas oprimidos y reunidos estratégicamente por los españoles, quienes materialmente realizaron esa conquista de América.


 

ELEMENTO RELIGIOSO DEL IMPERIO

 

Ahora bien, hablar del Catolicismo exige hablar con la misma seriedad con la que hablamos del Imperio. No es cosa fácil ni cosa que pueda reducirse, en una palabra: mala. Una mentalidad semejante está destinada a permanecer enclaustrada en el dualismo progresista: retroceso/progreso, y a alucinar su vida entera en el progreso indefinido.

Ser universal o ser intimidad; ser lo absoluto o ser lo privado. He aquí la discordia teológica de los últimos tiempos. Controversia que, vista filosóficamente, puede expandirse a campos económicos, políticos y sociológicos. Para España, la cuestión ha sido clara: lo universal y lo absoluto priman sobre lo íntimo y lo privado. Dios por encima del individuo. Y así, por más esclavos que puedan parecer en lo ideológico: han realizado obras y hazañas heroicas impensables en su tiempo. No por casualidad: es precisamente vivir subordinado a lo universal lo que conduce a obras universales. Vivir en lo íntimo, en lo privado, sin querer jamás relacionarse con lo externo, lo de fuera: sumerge al sujeto en la soledad y el aislamiento, en la fragilidad y el ensoñamiento. No es raro ver hoy en día, en una sociedad tan atomizada por egoísmos vanos y ambiciones descarriladas, hombres débiles y sin moral, sin sentido de vida, capaces de venderse por cualquier precio y tan necesitados de aprecio que lo podrían recibir de humanoides. Sueñan para vivir y viven para soñar: lo más que podrán vivir es paradójicamente su propia muerte.

Hemos perdido ese sentido de universalidad, ese anhelo de tomar lo absoluto en la mano y hacerlo propio; ese anhelo de alcanzar con el espíritu propio, mundano y particular, lo eterno, lo infinito, lo que más nadie sería capaz de abarcar. Tal es un sentimiento católico, tal es un rasgo español.

 

¿Es correcto llamar liberación al sometimiento de un pueblo a un nuevo imperio? Porque claro, nos liberamos del Imperio español para caer en garras del Imperio estadounidense y las reminiscencias del Imperio inglés. Nos libramos de un Rey español para ser sometidos por la Deuda externa. Dejamos atrás un pasado imperial en donde todos formábamos parte del mismo imperio; para volvernos el patio trasero de las potencias industriales y militares de turno. Fuimos alguna vez unidades virreinales sólidas y fructíferas, para acabar siendo destruidos y fragmentados por fuerzas extranjeras que viven un sueño hecho realidad, y nosotros una pesadilla en vida.

¿Hasta cuándo seguiremos temiendo el término español como si de un sinónimo del mal se tratara? ¿Es que acaso nuestra identidad nacional verdadera se encuentra en un peligro tal, que ya no hay vuelta atrás? ¿Quién ahora si no un loco o un delirante sería capaz de defender lo indefendible? ¿Quién capaz de arriesgar sus lazos familiares, sus amistades y hasta el amor de su propia comunidad, con tal de defender un ideal, el ideal más eterno de todos? ¿Es que acaso puede ser aquello posible? Veamos el panorama actual: cosmopolitas por doquier, apátridas avergonzados de haber nacido en un Estado nación, progresistas para quienes todo lo pasado es obsoleto.

 

Hoy en día, defender tu procedencia es demasiado anticuado, propio de barbaros y salvajes. Lo de moda es ser del mundo y para el mundo; no defender valor alguno porque se defiende todos. Cuando hay carencia de todo valor, de toda tradición, de todo pasado, ¿qué nos resta si no ser presas de fuerzas externas que hagan con nosotros lo que les plazca? ¿Qué puede preservar un Estado si no tiene nada para preservar? Sin religión, sin Dios, sin tradiciones, sin pasado imperial: nada le resta a Hispanoamérica sino el olvido, la eterna nostalgia de haber sido alguna vez grandes, y la perenne frustración de haber podido revivir semejante grandeza y no haber sido nunca capaces de hacerlo.

¿Basta una sola voz entre millares para que un ideal amenace con volver a resurgir? Porque si bien una cerilla encendida puede fácilmente apagarse tirada en un desierto; no pasaría lo mismo si fuera tirada entre ramas secas. No es gritar más fuerte lo que hace falta: es llegar a oídos que verdaderamente quieran oir, a ojos que verdaderamente quieran ver, a espíritus que realmente deseen revivir, recordar. ¿Qué voluntad será ahora capaz de emprender semejante tarea?

 

Nuestra revolución, más allá de ser una revolución que pueda hacerse por la violencia y las armas: es una revolución en la conciencia de las personas, una revolución filosófica. Si bien las armas son importantes y todavía más potentes que las ideas; sin ideas fuertes ningún arma sabrá por sí misma qué debe ser defendido o atacado. Sin ideas fuertes, sin un pasado digno, no habrá sujetos dispuestos a cargar un arma y defender una memoria y un honor imperial olvidado. Sin conciencia, ¿qué intención habrá tras el arma?

 

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