LA PARADOJA DE UNA DAMA ESPONTANEA (ANÉCDOTA)

Vino hace poco una mujer a hablar conmigo mientras estaba yo en podio, trabajando. Hablaba ella muy raro y al parecer estaba sedada por algún tipo de narcótico, cuyos efectos fisiológicos eran en ella sin duda muy notorios. Divagaba. Intentaba convencerme de que yo estaba en la misma situación de ella, que mi desesperación era la misma que ella sentía, y que, por lo tanto, era menester que yo me uniera a la misma terapia y búsqueda espiritual que ella parecía estar emprendiendo ya. Sin embargo, pese a todas sus extrañas elucubraciones y peculiarísimas tesis, conseguí discernir en su irreverente discurso la siguiente paradoja, tan peculiar como ella misma. Vamos a ver: primero, propuso que Dios existe. Ya semejante suposición es un error en sí mismo, pero continuemos, porque sólo es comprensible toda la paradoja recogiendo cada uno de los errores y haciéndolos funcionar sistemáticamente. Se ha propuesto que Dios existe, luego, que ninguna religión expresa la verdadera esencia de Dios. Con lo cual, se ha concluido en lo adecuado que resulta ignorar toda religión. Sin embargo, dado que todavía existe la certeza de la primera premisa, se sigue de aquí que somos creación de él, con un propósito en el mundo. Pero… tal propósito es incognoscible por el mismo hecho de que toda religión está en error, luego, ninguna mostrará verdad de nada, y si tal es así, ningún propósito expuesto por ninguna religión será adecuado para seguirlo, y así, todo propósito lucirá vano y absurdo. Tomando estas tesis y su estructura como base, concluiremos en el más aberrante absurdismo y, muy probablemente, también en el más dañino y cruento nihilismo. De lo cual parecería seguirse, etológicamente, el suicidio.



La paradoja aquí es evidente: se niega la realidad de toda religión, aunque no se niegue la realidad del Espíritu. Siendo esto así, la realidad del Espíritu es incognoscible para nosotros y toda religión errada, todo absurdo y sinsentido, irreal en el plano universal aunque parezca real para nosotros. De lo cual se concluiría en un radical escepticismo, madre del absurdismo y del nihilismo. Y con tales ingredientes, milagro sería que un alma no desee liquidarse a sí misma.

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