HISTORIA DE UNA BESTIA Y SU DOMADOR (Cuento corto)
Salió de alguna industria dedicada al ensamblaje de maquinaria de limpieza, quizá alemana o americana. Luego viajó hasta la Ciudad y llegó a uno de sus cines particulares, aquel en el cual yo solía trabajar en el área de Limpieza y Mantenimiento. Arribó a sus bodegas a raíz del daño absoluto que había sufrido la anterior máquina al golpearse duramente contra un mesón de la cocina, dada la inexperiencia de su operador. La "bestia" era una maquina limpia moquetas electrica de menos de un metro de altura, tenía una base circular y un control muy semejante al de un monopatín. Servía para la limpieza de las moquetas de caucho que habían en la cocina. Cuando era todavía un novato, la veía como una cosa salvaje y alocada, tan distante de mí que resultaba amenazante. Su operador era un hombre más alto y fornido que yo, razón por la cual me supuse en una situación desfavorable desde el principio, Algunas veces quise controlarla, pero era imposible. La cosa se salía de control y el manubrio giraba violentamente golpeandome con frecuencia. Entonces me desanimaba solamente para volver a decirme: yo sé que podrás conseguirlo, deberás conseguirlo. Era verdad, en algún momento, mi posición profesional acabaría obligandome a aprender. Y a pesar de todo el ánimo que intentaba darme con frecuencia, muy en el fondo, el miedo reptaba lenta y silenciosamente hacia la superficie. Cada lunes, con mes y medio de experiencia, mientras me esforzaba por dejar las canguileras con el mayor brillo posible, la oía venir, oía ese chillido metálico, propio de máquinas desgastadas y viejas, ese ruido salvaje que me espantaba. Entonces me acercaba a la puerta que conectaba el área de Concesiones con la Cocina, y veía con envidia a aquel otro operador manejarla con tanta simpleza, haciendo parecer ante las camaras que aquel trabajo era dificil, pero no para él, que sabía como controlar esa fiera y métalica bestia. Bajo los brazos de aquel otro operador, la Bestia era dócil y manejable. Estaba frustrado: o yo era un inútil, o aquel otro operador era un privilegiado. Ninguna de las dos era cierta, y yo lo sabía, pero tenía que demostrarlo. Luego, llegó la oportunidad. Era un lunes. No había nadie que hiciera moquetas, me informó una mujer con la que me tocaba el turno. De modo que yo accedí gustosamente a la ejecución de dicha tarea. Pero el gusto se desvaneció ni bien comenzada la ejecución de aquella tarea que gustosamente había aceptado realizar. Primero, la manguera. Una cosa larguisima y problematica que me tardé varios minutos en acomodor de tal modo que no estorbara. Luego, tenías el problema de su ingobernabilidad. Accionabas uno de sus botones, nada más un poquito, y la cosa salía girando como loca por doquier. "Uuuuuy", dijo la mujer a mi lado, sonriendome ironicamente. Lo intenté algunas veces más, sosteniendo a la Bestia con furia, pero ella acababa venciendome y hacía lo que sea. Yo estaba terriblemente frustrado, no porque la mujer me viera hacer el ridiculo, cuanto más porque la Bestia estaba venciendome, y eso yo no lo podía permitir. Pero no importaba la fuerza que impusiese sobre ella, la Bestia no me dejó ganar la primera partida. "Creo yo que dejamos que W haga el trabajo", dijo la mujer. No sólo perdía frente a la máquina, perdía también frente al operador, frente a las cámaras, frente a mis jefes. Aquella primera oportunidad, fue sin duda la primera humillación, pero yo debía conseguir que fuera la última.
No obstante, mi segundo encuentro con la Bestia tampoco marchó del todo bien. Ella seguía dominandome parcialmente, aunque al menos ya conseguía usarla torpemente para los fines propuestos. Pero el miedo a su presencia persistía como una pesadilla en la que yo era pequeño y ella me limpiaba hasta destrozarme. Cada vez que la oía chillar a lo lejos, temía llegar a tenerla cerca. Cada lunes, después de conectarla y antes de encenderla, temía el tener que volver a sentir su fuerza arrastrandome. Entonces agarraba fuerzas de no sé dónde, y comenzaban los jaleos. Sudaba terriblemente, furioso ante la dificultad que representaba para mí un trabajo que para otros operadores parecía facilisimo.
- Jajaja, más bien pareciera que la máquina te maneja a ti y no tú a ella -comentó risueña una asistente administrativa.
Yo le sonreí, pero la mujer que solía acompañarme le comentó:
- Es que recién está aprendiendo.
Como fuera, todo cambió el día en que descubrí una palanca con la cual podías hacer que el manubrio descendiese, y con ello, reducir enormemente la fuerza empleada para mantener el control. Entonces todo se volvió una cuestión puramente técnica y práctica: si alzabas el manubrio, la base iría a la izquierda, y viceversa. A raíz de este pequeño e insignificante descubrimiento que nadie me enseñó, porque ni siquiera el otro operador me supo informar correctamente, conseguí empezar a dominarla poco a poco. En medio mes, la Bestia era una dócil maquinita que bajo el Imperio de mis brazos se dejaba dominar sin impedimento alguno. Al principio, el orgullo era mucho, pero dado mi caracter enormemente humilde, eso no duró. Más bien, acabé reparando que manejar esa maquina no es cosa dificil ni cosa del otro mundo, y sin embargo, el otro operador, a través de sus quejas y su lentitud al hacer el trabajo, consiguió hacer pensar a todos (Jefes incluidos) que él era un privilegiado por hacer un trabajo que no necesita realmente de habilidades extraordinarias para realizarse. Yo llegué y lo demostré. Pasé a volverme el "duro de las moquetas", mientras que al otro operador lo mandaron a limpiar salas y baños. No obstante, habían todavía otros sectores que me interesaban conocer dentro de mi área profesional. Razón por la cual se me consideró en otros ambitos fuera de la cocina, y así, pasé de ser el "duro de las moquetas", a ser un "ejemplo a seguir", según la evaluación de mis jefes. No tuve que volver a limpiar moquetas, y la Bestia acabó siendo dominada.
FIN

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