CONOCIENDOSE A UNO MISMO

1ro: Exposición de nuestra Estructura del Yo.

Al Yo lo vamos a comprender como un plano teleológico subordinado, principalmente, a un plano biológico (aunque no se descartan otros planos), ambos inseparables mutuamente, y en relación a un entorno ajeno al Yo, independiente del Yo en gran medida (lo que no implica impedimento alguno para que dicho entorno pueda también ser regulado y controlado en cierta medida por ese Yo).

Afirmamos que el yo está conformado por un plano teleológico subordinado a un plano biológico, dado que es imposible comprender la teleología del Yo sin que dicha teleología vaya determinada por un plano biológico que la define, y limita sus alcances. Si bien podría afirmarse que la teleología del hombre es independiente del plano biológico en un sentido puramente imaginario, esto no aplica cuando hablamos ya en un sentido objetivo, materialista. Pues entonces, cabe afirmar que la teleología del Yo está siempre subordinada a la Biología de dicho Yo (sin excluir la determinación que otros planos ajenos a la biología ejercen sobre el Yo). Así pues, no es posible disponer de teleología visual, si se es ciego de nacimiento. Por ejemplo: el ciego de nacimiento no puede plantearse como finalidad observar algo, ya que su propia biología delimita su teleología. Únicamente podrá plantearse finalidades visuales ya con la visión en funcionamiento.

Habiendo explicado este punto tan importante, cabe comprender otro: el Yo es impensable como un ser separado de un entorno circundándole, algo así como una figura abstracta e independiente de la materia rodeándole, un “espíritu”. Pero no estamos haciendo del Yo un ser supraterrenal, espiritual y con atributos divinos. Un ser que no importa en dónde esté: será siempre el mismo. Nosotros, críticos de ideas así, forjaremos una idea del Yo que no separe a éste del entorno rodeándole. Un Yo inseparable del Entorno. Entorno que, por otra parte, debemos definir, en principio, como independiente del Yo, dado que éste no puede controlar todos aquellos planos implicados en aquél, a saber: plano geológico, atmosférico, etc. Sin embargo, ya en relación con el Yo, cabría entender dicho entorno como manipulable por el Yo, entendiendo al Yo como un ser con cuerpo, un ser de carne y hueso capaz de modelar piedras, cortar árboles, asesinar a otros seres vivos por supervivencia o diversión. Y en todos aquellos actos, deberemos aceptar que el Yo es capaz de regular y controlar su entorno, esto es: administrarlo en la medida de lo posible.

En resumen: el Entorno del Yo es independiente del Yo en principio; pero ya en relación con dicho Yo, cabría entenderlo como subordinado parcialmente a éste. A modo de apunte, estableceremos que, sin Yo, no hay posibilidad de conocer al Entorno; y sin Entorno, no hay posibilidad de que el Yo <sea>. Por ende, el entorno necesita del Yo para ser conocido, no para existir; el Yo necesita del Entorno para conocer algo y también para existir.

 2do.- El yo no es ni absolutamente cognoscible, ni absolutamente incognoscible

Habiendo definido al yo, en resumen, como un cuerpo vivo (inseparable de su entorno) en el cual se lleva a cabo el plano teleológico, estableceremos que el yo es tanto el cuerpo viviente como los fines que este cuerpo se determine a realizar a través de ciertas operaciones corpóreas ya conocidas de manera sensible, no reflexiva. Si bien podremos afirmar de manera legitima que el Yo es capaz de conocer en gran medida su plano teleológico personal, esto no implica un conocimiento absoluto de las condiciones y precedentes que han definido dicho plano. Así como también cabría pensar si el plano teleológico de un borracho puede ser conocido por ese mismo borracho pasada la borrachera. Quizá pueda ser conocida a través del testimonio de autoridades humanas, pero conocimiento personal y consciente de la situación, es lógico pensar que podría no existir. O bien, definido el yo como el propio cuerpo, podría establecerse que hay cosas que involucran a mi yo pero que son desconocidas para mí, por ejemplo, el número de huesos en mi cuerpo, el proceso de la digestión, etc. Con lo cual, queda evidenciado que hay partes de mi Yo que lo constituyen y lo definen, pero que, sin embargo, son desconocidas en principio para ese mismo Yo.

Conflictos con Uno Mismo. - Reinventate con Beatriz


Ahora bien, la existencia de excepciones para el planteamiento de la cognoscibilidad absoluta del Yo, no es argumento para defender la tesis contraria a ésta, a saber, que es imposible la cognoscibilidad del Yo. De este modo, lo que defenderemos con respecto al Yo, es un rechazo a las dos tesis presentadas: el yo no es ni absolutamente cognoscible, ni absolutamente incognoscible. El Yo plenamente consciente de sus actos, es actualmente conocedor de sus planos teleológicos y, parcialmente, de los condicionantes físicos, biológicos, etc., que delimitan dicho plano. Lo que no excluye la posibilidad de variados planos que intervienen en el Yo sin que éste conozca dicha intervención.

3ro: Cuando conocerse a uno mismo implica conocer nuestro entorno, nuestra sociedad.

Para todos los interesados en la Filosofía, ha de resultar familiar aquella inscripción en el Templo del Oráculo de Delfos que reza: “Conócete a ti mismo”. Pues bien, teniendo ya concretamente definidos las partes constituyentes del Yo, así como la estructura inherente a dicha constitución, hemos de tomarnos esta afirmación muy enserio si queremos llegar finalmente a las conclusiones que brotarían, necesariamente, de esta simple idea.

Para el buen entendedor, la pretensión de este ensayo consistiría precisamente en “conocernos a nosotros mismos”; conocer nuestro Yo. En efecto, el origen de esta obra consistió en una pregunta muy básica surgida a raíz de esta simple afirmación: “Conócete a ti mismo”. ¿Y qué es lo que podemos conocer de nosotros mismos? ¿Podemos conocer todo sobre nosotros, o no podemos conocer nada? Habiendo resuelto esta incógnita, cabría formular una nueva: ¿Soy yo mismo creador y hacedor exclusivo de mi teleología, o interviene la sociedad y mi entorno en dicho trámite? ¿Soy dueño exclusivo de mis fines personales; o van estos necesariamente determinados por mi entendimiento del entorno y la sociedad rodeándome? Nuevas preguntas son realizadas y, por ende, nuevas soluciones deben ser ofrecidas. Eso sí, sin olvidar las definiciones principales que hemos ofrecido sobre el Yo.

a)       El Yo es creador exclusivo de sus fines personales.

Si pretendemos defender la tesis de que el Yo es quien únicamente controla sus fines personales, cabría estimar que el Yo puede forjarse un plano teleológico en total ausencia de una sociedad y un entorno, a través de la única y exclusiva autorreflexión. Dado que, si el Yo es el creador exclusivo de sus fines, esto implica que estos fines del Yo no son afectados por la sociedad ni el entorno en modo alguno: únicamente están afectados por el Yo, entendido éste como el cumulo de propiedades innatas al ser vivo, propiedades no-determinadas por el entorno, “lo que somos nosotros mismos”, parafraseando la oscuridad contemporánea del filosofar urbano. Así pues, el Yo puede forjarse fines propios en ausencia total de la sociedad y el entorno material rodeándole, en el completo ensimismamiento y autorreflexión. Hasta tal punto, que podría llegar a considerarse como legitima aquella idea que considere al Yo como capaz de eludir o sobrepasar aquellos límites impuestos por lo biológico, lo corpóreo. Es decir: el Yo ya no sería principalmente corpóreo, tal cual lo hemos definido. Sería, por el contrario, un espíritu, un fantasma invisible, casi como el alma, capaz de rebasar cualquier límite impuesto por la materia externa a él.

Sin embargo, el propio plano teleológico opera con realidades que no están adscritas al Yo, realidades que, de hecho, son independientes y ajenas al Yo. Con lo cual, el Yo se forja fines para obtener cosas que no las tiene: y estas cosas que no posee las obtiene de la sociedad o del entorno. Es decir, plantearse fines personales que excluyan a la sociedad es una falsa apariencia, dado que, necesariamente, todo fin personal propuesto incluye entre sus partes a la sociedad o al entorno. Inclusive, cómo se obtienen las cosas deseadas es algo que va intrínsecamente determinado por la sociedad especifica en la cual nos desarrollemos.

De hecho, separar al Yo del Cuerpo, implicaría necesariamente el trámite de sustancializar lo que no es propiamente sustancia, sino atributo de una sustancia. Es decir, pensar la posibilidad de una entidad inteligente, pensante y reflexiva, separada de lo material, lo corpóreo, lo verdaderamente sustancial.

Ahora bien, entendida nuestra definición de Yo, cabría definir la crítica contra la idea de un Yo capaz de rebasar lo físico. Algo muy fácil si recordamos que todo plano teleológico va delimitado por un plano biológico en el cual, dicha teleología, emerge. Una vez que relacionamos al Yo con el cuerpo e inseparable con respecto al Entorno, la crítica está servida. El Yo que pretende rebasar el plano biológico (por ejemplo, declararse biologicamente mujer, habiendo nacido biologicamente hombre) podrá hacerlo de manera parcial y muy postiza, o ya de tajo imaginaria; pero físicamente, le será imposible semejante tarea, con lo cual, queda sentada nuestra propuesta de que el Yo, en tanto teleología, está subordinado necesariamente a un plano superior, un plano biológico que no puede ser simplemente eludido a través de la voluntad, la imaginación y el esfuerzo. En cualquier caso, serían avanzadas técnicas de cirugías las que intentarían, del modo más natural posible (menos postizo), alcanzar la falsa apariencia de un cuerpo deseado por ese Yo confuso y fantasmal, un Yo imposible, dicho esto desde nuestra plataforma estructural del Yo.

b)      El Yo no es creador exclusivo de sus fines personales.

Dada la imposibilidad de un Yo separado del cuerpo y del entorno, aceptaremos la idea de que el plano teleológico subordinado al plano biológico (y otros planos más), no está determinado por el Yo, tal como si el Yo ya poseyera unos contenidos predeterminados desde su nacimiento y que lo motivarían a actuar de un modo u otro. Por el contrario, estableceremos que ese Yo no viene ya predeterminado en el Ser vivo y humano: resulta de una relacion de inseparabilidad entre el Yo corporeo y su entorno; relación que precisamente acondiciona al Yo corporeo, delimitando, por ende, su plano teleologico. Desde nuestra perspectiva, aceptaremos que la teleología que forja el Yo no brota del Yo individual y particular; sino que, dada la relación de inseparabilidad entre el Yo y el Entorno, cabe comprender a la teleología de ese Yo como afectada, determinada (direccionada, influenciada, etc.) por una Sociedad externa a ese Yo, los Otros. Esto es: la teleología no está ya únicamente subordinada al plano biológico del cuerpo que la contiene, sino que, además, está determinada por un Entorno rodeándola. Con esto, aceptaremos que los fines particulares de cada Yo, van determinados por aquellos que le rodean, de modo que, pensar en la configuración de fines personales, independientemente de una sociedad que funcione como precedente o un entorno en el cual aprenderlos, es simplemente el delirio total.

CONCLUSIONES:

Volviendo al inicio, hemos de resumir lo siguiente. Para empezar, que conocerse a uno mismo es posible de manera parcial, nunca absoluta. Pero ahora, añadiremos que, conocerse a uno mismo, inevitablemente, implica conocer también lo que nos rodea, a quienes nos rodean. Es decir: conocerme a mí mismo, también implica conocer a los demás, conocer mi entorno. Para explicitar esta idea del mejor modo posible, citaremos algunos extractos de la Biblia que nos parecen convenientes para el tema a tratar, a saber: “Cristo está en vosotros” (Romanos 8:10), o bien, “Mas Cristo vive en mí” (Gálatas 2:20). Habiendo establecido las citas, cabría preguntarnos: saber que Cristo puede vivir en mí si lo recibo, ¿es un conocimiento de mí mismo, o un conocimiento de la realidad social que me rodea? Pues desde una perspectiva espiritualista, podría comprender que esta realidad teológica no es inventada ni establecida socialmente: sino más bien una Verdad revelada. Por lo cual, consideraría tal conocimiento como algo propio de mí y de todo Hombre en el Universo, es decir, un descubrimiento en vez de un invento social. Sin embargo, desde una perspectiva materialista, que es la que nosotros adoptamos, entenderemos que tales citas son producto no ya de un descubrimiento o una revelación de alguna verdad absoluta. Son configuraciones históricas establecidas socialmente, muchas veces a través del monopolio estatal de las fuerzas armadas, y que esto no sea entendido como una exclusiva critica para el catolicismo, ojo, como si el protestantismo hubiera sido impuesto con rosas y poesía (el descuartizamiento de los monjes de la Cartuja de Londres en la plaza de Tyburn, 1535).

En resumen: para un espiritualista, saber a Cristo en uno mismo es el conocimiento de una propiedad sobre uno mismo que no necesariamente implica a la sociedad en la cual uno se encuentra inmerso, dado que la verdad de este conocimiento no es inventado por cada sociedad, sino que todas las demás posiciones religiosas contrarias a la propia, estarían en error, siendo la “Revelación” propia ese conocimiento de la verdad absoluta que afecta a todos los Hombres, aunque estos no lo sepan o, aunque estén en error. Y esto es importante para comprender la posición espiritualista, pues entendida particularmente, veríamos que cada posición se considera conocedora de la Verdad Absoluta.

Para nosotros, materialistas, saber a Cristo en uno mismo es el conocimiento de una propiedad sobre la sociedad en la cual estamos inmersos, no el conocimiento esencial de uno mismo, o, al menos, cabría aclarar: el conocimiento de uno mismo en la medida en que uno mismo está inmerso en aquella sociedad, aquel colectivo, con sus tradiciones cristianas implantadas no espiritualmente, sino políticamente, a través de coerción armada (Conquistas Españolas y Anglosajonas). 



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