COMENTARIO 28 de julio, 2018

Platón dio nombre al proceso dialectico, y la dialéctica no es contradictoria, sino más bien basada en lo que G. Bueno llamó: “conceptos conjugados”, un ejemplo rápido: se explica la oscuridad como ausencia de luz, y viceversa: ambas, pertenecen a la categoría de fenómenos ópticos: comprendiendo que el fenómeno óptico no se agota en el ojo, ya que es relación de este respecto con lo que ve. Esto lo digo, en base al punto dejado anteriormente: pensar en un todo, es pensar en un conjunto entre muchos otros, ósea, totalidades distribuidas entre otras que a veces ni se corresponden mutuamente, aunque cada una sea tan real como la otra en sus respectivos campos. Por ejemplo, un edificio en construcción es una totalidad espacial, y si hay en él un microscopio, también este lo sería: sin embargo, ambos no son coherentes el uno respecto del otro como totalidades funcionales. Ahora, entro en la materia. Cada uno se identifica con lo que sabe que es. No hace falta que llegue nadie a decirme: tú eres esto, porque muchas veces, yo ya lo sé, y así mismo, sé cuándo me mienten respecto a lo que soy. Pero ese criterio se agota en mí, ya que nadie más que yo sé lo que soy. Ahora bien, seamos un poco más específicos y analíticos, y pensemos en lo que es propiamente la “identificación”; efectivamente, consiste en una actividad intelectiva, pero no decimos nada con eso. ¿Qué se identifica? No necesariamente, yo mismo. Aunque sea yo, como sujeto y cuerpo operatorio, quien realiza la operación de identificar. 
Veámoslo así: la identificación, consiste en el análisis de las partes que constituyen a una  misma unidad denominada "identidad". Para ser más coherentes: 2 al cuadrado=4. Aquí, se identifica al 2 al cuadrado con el 4 mediante una potenciación que reduce a una de sus partes a la misma que la otra, y por tal razón, ambas son idénticas por la unidad que mantienen la una respecto a la otra (4=4). Ahora bien, la identidad mediante la cual se pueden identificar las proposiciones dadas, responde a una unidad originaria que se tiene como modelo para ser encontrada (un orden y unos elementos específicos, a elevando a n, y 2*2) de modo que sólo pueda ser identificada con otra propuesta que contenga dentro de sí la unidad modélica (si se opera con un número x que pertenezca a los números naturales, el resultado será también un número natural). 
Una mentira identificada, sería una verdadera mentira: y el que no se la identifique, haría de la mentira una mentira verdadera, lo que es un sinsentido, porque toda mentira es real como mentira, pero jamás es verdadera sino como mentira que es, y entonces, no es verdadera. Así pues, se identifican unidades en tanto que unidades, y no en tanto que identidades verdaderas o falsas, buenas o malas: y es que la misma verdad o falsedad, son ya unidades; así como la bondad y la maldad. Por esto, decir que hay una identidad buena o mala es un juicio moral; pero identificar a la bondad o a la maldad como unidades identificables con sus elementos correspondientes (así sean metafísicos o psicológicos), corresponde un paso previo para el análisis filosófico.

Para finalizar, únicamente diré que la felicidad es una aspiración “plebeya”, por emplear términos romanos. La finalidad del hombre no es ser feliz ni tampoco aprenderlo todo: su finalidad es particular y coherente con cada proyecto emprendido en las distintas facetas de su vida; entendiendo que la vida no es sino un fenómeno biológico, cimentado sobre causas fisiológicas que generan efectos determinados sobre la materia aledaña al sujeto viviente, todos ellos, ejes de los estudios antropológicos y sociológicos.

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